04 septiembre 2014

¡Historias Raras! (Mala espina)

Estrenamos una sección en la que tendrán cabida todas aquellas anécdotas que se salgan de lo común y hayan tenido lugar en el marco de nuestra ciudad. Empezamos con "MALA ESPINA":


C/ Josep Tous i Ferrer. Donde ocurrió el incidente.
Sucedió el frío 5 de enero de 2013. Uve hacía sus últimas compras de Reyes con una amiga. Ya habían recorrido las tiendas de las Avenidas y se dirigían a Sant Miquel. Caminaban tranquilamente cuando notaron que tenían detrás a dos hombres con no muy buenas pintas que llevaban un carrito de la compra y hablaban muy alto, recuerda Uve.

Las jóvenes, aunque iban charlando de sus cosas, estaban en alerta. Por esto, en un momento dado, Uve acercó su enorme bolso con fuerza hacia su cuerpo. Ya entonces, algo le dio mala espina.

Entraban en una tienda de Sant Miquel cuando vieron que los supuestos indigentes las miraban y reían. Desconcertadas, decidieron no darle importancia y centrarse en mirar ropa. Pero Uve no pudo. Pronto salió a la calle, metió la mano en el bolso, y ¡SORPRESA!, rozó algo viscoso que no debería estar ahí, algo asqueroso no identificado en palabras de nuestra protagonista. 
Sobresaltada entró de nuevo en la tienda para contárselo a su amiga, que en un primer momento rió creyendo que se trataba de una broma de sus hermanos pequeños. Pero por la cara de Uve entendió que no era ninguna broma, al menos no de sus hermanos.

Salieron en busca de un rincón donde no hubiera gente para poder vaciar el bolso y enfrentarse a lo que fuera que había ahí dentro. Lo cual no fue fácil en uno de los días en que las calles comeciales de Palma están más abarrotadas.

 Finalmente se pararon en una de las entradas del Mercat de l’Olivar, subieron las escaleras y se situaron en el rincón de la derecha, donde tenían cierta intimidad para pasar el mal momento. Ninguna de las dos estaba dispuesta a meter la mano en el bolso, así que le dieron la vuelta, quedando todo esparcido en el suelo. Y entre la cartera, la funda de las gafas, el móvil, los pañuelos, etc., destacaba aquello: Un pescado. Un enorme y maloliente pescado. Al menos no era una serpiente, al menos no estaba vivo, se consoló Uve.

Dejaron allí aquel pescado (no sin antes capturarlo con el móvil, para ilustrar la que sabían que pronto se convertiría en una jugosa anécdota) y se fueron sin su peso pero sí con su hedor, que no fue fácil de eliminar de la funda interior del bolso.


¿Cómo es posible que Uve no notara el peso del pescado? Llevaba mil cosas en el bolso, supongo que pesaba tanto que ni lo noté, explica. ¿Y por qué alguien metería un pescado en un bolso ajeno? Puede que se aburrieran, conjetura. O que se dieran cuenta de que desconfiábamos de ellos y nos lo hicieran pagar así. Nunca lo sabremos.

Para acabar, le pregunto si desde entonces va por la calle pensando que le puede volver a suceder. Me dice que al principio era así, pero que con el tiempo se le fue pasando. Yo os advierto que desde que me contó este incidente, soy yo quien va preocupada. Y supongo que ahora lo iréis también vosotros.
¿Historias raras? Sí, eso también, ¡Palma lo tiene! 


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